y técnico en comunicación y márketing.
Son
muchos años, exactamente todos desde que tenemos uso de razón, escuchando la
misma cantinela. Los tipos a los que nos gusta el fútbol somos unos
desarrapados, unos incultos, una panda de indocumentados que no tenemos nada mejor
en que gastarnos nuestro dinero que en unos señores en calzoncillos. Unos
bestias, que diría Torra.
Somos una
clase aparte en la sociedad, según los intelectuales, o los creen serlo: sin
educación ni estudios, sin amor a nuestra familia ni a nuestro país,
obsesionado con las guerras intersemanales y de fin de semana de nuestro equipo
y no por el IPC, la Ciencia o el debate sobre el Estado de la Nación. Nos vamos
a un bar y en lugar de tomarnos el café y mojar las porras en él mientras
ojeamos las últimas declaraciones del Premio Nobel de Física nos leemos el As,
el Marca o cualquier cosa que caiga en nuestras manos y que hable de nuestro
equipo. Preferimos irnos en mayo a Lisboa, Milán, Cardiff o Kiev que hacer un
crucero por las islas griegas en agosto, donde un intrépido guía nos podría
hablar del Minotauro (oneoneone cornudo Simeone, lo siento)
Pero ahora llevamos un mes sin fútbol, encerrados en casa, y no me veo más intelectual que antes por mucho que lo intento. No he logrado encontrar el antídoto para el puto virus. No veo los documentales de La2. No he empezado a leerme el Ulises de Joyce con la luz del móvil. No he plantado ningún árbol aunque sí tengo que reconocer que he limpiado ya la cocina como un millón de veces; no hablo en quince idiomas; no voy a por el pan vestido de chaqueta y corbata ni uso monóculo.
Pero ahora llevamos un mes sin fútbol, encerrados en casa, y no me veo más intelectual que antes por mucho que lo intento. No he logrado encontrar el antídoto para el puto virus. No veo los documentales de La2. No he empezado a leerme el Ulises de Joyce con la luz del móvil. No he plantado ningún árbol aunque sí tengo que reconocer que he limpiado ya la cocina como un millón de veces; no hablo en quince idiomas; no voy a por el pan vestido de chaqueta y corbata ni uso monóculo.
En cambio, es un mes en el que echo de menos las victorias y las derrotas, la rivalidad, el olor del césped, las cervezas en la sede la peña, las alegrías en el triunfo y el mal café cuando se pierde. El coger a un amigo que tiene la desgracia de vivir en las tinieblas y reírme de él en su cara porque le hemos ganado, o buscarme excusas de cualquier tipo para que no me duela cuando le toque a él reírse de mi. ¡Anda, los árbitros y el VAR! Siempre nos quedarán los árbitros y el VAR para tapar vergüenzas, pero ahora ni eso me queda.
Si,
llevamos un mes sin fútbol. Y estoy harto de intentar ser un intelectual.
Quiero volver a ser un bestia, gritar “GOOOOOOOL” mientras me tomo otra cerveza
y de que mi Madrí, qué le vamos a hacer, vuelva a ganar.