Artículo escrito por MIGUEL QUEIPO, periodista (Soymadridista.com)
y técnico en comunicación y márketing.
O mejor,
“o meu nome é Lucas”. El de Vázquez, claro. El de nuestro Luqui. Tuvo que ser
en Milán, en el San Siro-Meazza, donde el gallego de Curtis que porta el 17 en
su camiseta del Real Madrid volviera a dejar claro que esto del madridismo no
trata de haber costado muchos millones de euros, ni de tener unas condiciones
técnicas muy superiores a la media. Esta vez no le hizo falta hacer
malabarismos con el balón mientras se dirigía al punto de penalti para
ajusticiar a Oblak. Tampoco necesita de estridencias fuera del campo para que
le quieran. A Lucas le basta y le sobra con hacer lo que mejor sabe: defender
el escudo que adorna su pecho dejando por el camino hasta la última gota de
sudor.
Lucas,
Lucas Vázquez, se ha llevado palos hasta en el cielo de la boca desde la
temporada pasada. Porque le cierra el paso, dicen, a jugadores con una enorme
proyección y porque impide, parece, el fichaje de nombres que todos tienen en
su equipo de videojuegos pero que no puede recalar en la realidad porque este
chico, el de los kilómetros incansables arriba y abajo por su banda,
defendiendo como jugábamos al escondite de pequeños (“por mi y por todos mis
compañeros”), es un tapón. Y como no les gusta Lucas, por añadidura el culpable
es Zidane, que va el tío y tiene la desvergüenza de apostar por él.
Cuando
Luis Usera, el fabuloso ex presidente madridista, apostó por aquello de
“grandes jugadores implican grandes taquillas” (porque, extrañamente, no fue
Don Santiago Bernabéu quien puso en práctica ese precepto que va impregnado en
el ADN madridista), lo que hizo fue traerse durante la República a tres
nacionales, Zamora, Ciriaco y Quincoces, que hasta la llegada de Di Stéfano
fueron quizás la parte más blanca de la bandera del Madrid, con permiso del
fabuloso Félix Quesada, de René Petit y de tantos otros. Lucas es canterano (en
aquella época no existían los filiales), pero su regreso a la Casa Blanca
procedente de su mili en el Espanyol es, sin duda, el mejor acierto de Rafa
Benítez en su etapa como mister blanco. Volvió como el que menos ganaba de la
plantilla y sin rechistar ninguna suplencia, ningún desplante, ninguno de los
innumerables insultos que le han propinado. Y sin saber, a día de hoy, si le
van a renovar o no.
Lucas se
dedica a trabajar. Quizás no le salga ese regate. Quizás ese centro se le haya
ido un poco largo cuando parecía más sencillo. Quizás no ha dejado espacio para
que le doblara su lateral en esa jugada. Pero de lo que nadie puede dudar jamás
es de que Lucas lleva enhebrado el escudo del Real Madrid hilo a hilo en su
pecho, y de que pese al estruendo de descalificaciones que le son dedicadas
cada vez que no le salen las cosas, volverá a intentarlo, una vez más. Y otra.
Y otra. Porque se llama Lucas Vázquez. Y es de los nuestros.